Sistema molar

Zaarina y yo

Te veo el próximo martes, me dijo la dentista el viernes 13 – fecha de hecho agorera ─ ¿quién iba a saber que no habría martes, ni siguiente martes, ni post martes, pero sí hubo martes que ni te embarques y de tu casa “ni te apartes”.

Estaba en pleno tratamiento que uno se hace de vieja cuando tienes curaciones que ya parecen sitios arqueológicos. Esas que lentamente te están envenenando porque son una amalgama de materiales del siglo pasado (mercurio, zinc, estaño y la tabla de elementos periódicos) y claro, ya toca cambiarlas. Entonces, nos habíamos quedado con la muela hueca y parchada para que durara unos días y ESE martes me pondrían la -llamémosla así- tapa definitiva.

Pero el martes no llegó. El parche pasó a ocupar un lugar de permanencia. Como dirían los abogados, el parche había hecho una suerte de prescripción adquisitiva de mi muela: había llegado para adueñarse de ella porque el paso de las semanas así lo había decidido.

Sin embargo, ocurrió lo inevitable: el parche se salió. Una mañana luego de lavarme los dientes, ¡paf! Parche fuera, una masita amorfa de color celeste se me quedó en la punta de la lengua y mi muelita como si fuera una cáscara de una media naranja ya exprimida. Espero visualicen poéticamente la imagen.

La conversación por wasap con mi dentista tuvo tintes de humor, y reproduzco en imagen lo que fue:

Zarina chat

Felizmente, la línea siguiente decía: la incrustación.

Y ¿qué hacemos con la cuarentena? Pues na´, es una emergencia médica y terminamos coordinando que la tapa definitiva no podía esperar más e iría a su consultorio pasando por un protocolo de atención COVID 19.

Primero que nada, la ilusión que tenía de salir era incalculable. Me iba ir a pie a su consultorio que quedaba aproximadamente a unos 2.5 kms de mi casa. Pensar que iba a caminar 5 kms en total me sonaba como ¡¡¡ir a Disney!!!!!! Júbilo en mi corazón.

Entonces, el día pactado, me embarqué armada de mi mascarilla, anteojos, gorra, casaca multi cierres para no llevar cartera ni nada por el estilo me lancé a la calle cual dama andante; eso sí, llevaba una bolsa pseudo compradora por si me paraba “alguna autoridad” y me preguntaba qué hacía tan lejos de casa (parte de la fantasía), cosa que EVIDENTEMENTE no pasó.

Al llegar, me recibieron dos asistentes que me atomizaron totalmente en una mezcla desinfectante de alcohol y creo que hasta agua bendita (nunca está de más); luego, me saqué los lentes, gorra y casaca. Acto seguido me pusieron botitas, bata que era como para Shrek, gorro y de nuevo mis anteojos desinfectados. De ahí, pasé al baño a lavarme bien las manos y la cara. Me preguntaba que para qué me lavaba las manos si la bata me quedaba tan grande que ni yo misma era capaz de encontrar mis propios dedos. O sea, más o menos el largo de manga me llegaba a la rodilla -lo cual tampoco es muy difícil si hablamos de proporciones- .

Al salir del baño me sentaron de frente en el trono/silla forrada con un plástico donde ya me esperaba mi maravillosa dentista que deduzco tenía la enorme sonrisa que la caracteriza porque debajo de todo su traje COVID 19 (doble mascarilla, doble lente, visor al estilo soldador) sus ojos no dejaban de sonreír. Es hermoso ver cómo uno tiene que aprender a sonreír solo con la mirada.

Hagamos corto el relato para que no se me aburran:

Antes de empezar me hizo enjuagar la boca con una mezcla que tenía agua oxigenada; sentí que la infancia regresaba en ese olor a herida de niña. Obviamente el colutorio tenía sabor a perro muerto en formol, pero era necesario. Le pregunté si iba a ponerme anestesia y me dijo que si aguantaba no sería necesario y, por lo tanto, el procedimiento más corto. Yo era una dama andante, pues aguantaría. Parirás a tus hijos con dolor, yo pariría la nueva molar, así que a por ello!!!.

Alabo la paciencia, cuidado, profesionalidad de mi dentista. Mientras tarareaba una canción de Maná y rayaba el sol, hizo todo lo posible porque en tiempos de COVID 19 todo fluyera como si la vida fuera la misma; a pesar de que ambas sabíamos que no lo era.

Al terminar, desprendida de mi traje y con muela completa me despedí de ella y de todas las chicas que estuvieron esa mañana, con una gran pena de no poder abrazarlas porque sabía que fuera de bromas, ellas se exponían con cada uno de los pacientes que atenderían esa y las siguientes semanas (meses).

¡Va mi aplauso chicas!

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