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Con sabor a sacarina

Hermsetas

Cuando era niña mi padre usaba sacarina. Tenía un frasquito blanco con tapa turquesa del que caía con lentitud un par de gotas, suficiente para endulzar su café de la mañana: taza gris con filo dorado. Como solía hacer con las cosas raras que llevaba a casa (la lista es innumerable) recuerdo el día que me dio a probar una cucharadita, una sensación de dulzura amarga que, desde esa lejana niñez, solo pude apreciar con una mueca. También tenía «Hermesetas», que era la misma sacarina en otra presentación -una latita con pastillitas pequeñas «blancas como la nieve»- ; alguna vez, me robé un par para chuparlas como caramelo y luego, acto seguido, las escupí lo más lejos que pude.

Acaba la cuarentena obligatoria y yo tengo un sabor a sacarina.

Hemos perdido tanto en estas semanas. Sería imposible hacer una lista porque lo más probable es que, de hecho, algo se quedaría fuera del papel. No quiero hacer una enumeración porque hay tanto invaluable entre lo que se ha ido en este periodo de tiempo detenido. En la parte superior de mi agenda y con letras negras, dice COVID 19 en cada una de las páginas a partir del 16 de marzo. En el lugar de los planes ya organizados, ahora solo destacan las manchas blancas del liquid paper:  me negué a ver dónde estaría tal día o con quién, qué estaría celebrando algún día determinado o que cita importante tenía ya agendada. ¿Para qué?

Cosas intangibles, afectos, personas, tanta pena y dolor se cubren de un silencio elocuente.

Hemos ganado tanto en estas semanas. Sería imposible hacer una lista porque lo más probable es que, de hecho, algo se quedaría fuera del papel. Ha pasado mucha agua bajo mi puente personal. En mi agenda no he apuntado nada al respecto. Tal vez, el historial de mis wasaps, el diploma de un curso virtual, los centenares de correos electrónicos, la carga enviada y recibida a través del Wetransfer, las sesiones de Zoom, las videollamadas puedan dejar testimonio de las grandes satisfacciones que han llegado a mi vida (y espero que para quedarse por un tiempo) en esta centena de días. A puro esfuerzo he tenido que desarrollar mi yo virtual para sobrevivir a varios retos, entre ellos: el podcast. En abril ni siquiera podía pronunciar bien esa palabra y decía: postcard.

Cosas intangibles, nuevos afectos, vecinos solidarios, cercanía con personas inimaginables, tantas alegrías y satisfacciones se cubren con un enorme y silencioso agradecimiento elocuente.

En casa no estamos completos y pasarán  varias semanas para que lo sea, y de hecho, sé que este mismo escenario lo vivimos varias familias. En una mano, algunos sueños se han ido cumpliendo, muchas metas trazadas se han alcanzado y otros proyectos caminan como van los tiempos, a velocidad de tortuga. En la otra, algunos se frustraron, se pospusieron o se esfumaron de un día para el otro. Sumas, restas; pérdidas, despedidas; reencuentros y  separaciones.

Sabor a sacarina, una dulzura de vida con un toque amargo. Ese es el sabor de mis varias noches en vela y que me acompañará por largo tiempo.