Archivo por meses: febrero 2021

Uno de mis salvavidas

Hace ya casi un año que un bichito desgraciado nos está manteniendo en una situación que no podemos controlar. No me estoy refiriendo a cómo la esté manejando o no un determinado gobierno o un determinado país.  Hago mención a que nosotros, como peatones (a)normales, no tenemos -finalmente- ningún control sobre lo que ocurre con el comportamiento de este virus y algunos, ni siquiera, con el suyo propio.

Vivimos, aunque no todos lo hagan, con reglas claras que son y serán parte de la salvación de nuestras almas y nuestros cuerpitos latinos: usar mascarilla, lavarse las manos y tomar la distancia de rescate (desde 1.5 metros a infinita distancia; porque más lejos, mejor).

Acabamos de entrar en la segunda cuarentena que difiere de la anterior en muchísimos aspectos. Lo más notorio es que hay personas que no hay cambiado en lo absoluto, baste como ejemplo la compulsión casi patológica por las compras como si el mundo se acabara mañana.

No obstante, vamos a darle una mirada a algunos salvavidas que influyen en el ánimo, que tal vez ─ en estos meses─ los lectores hayan encontrado, o hayan redescubierto, pulido y sacado brillo, aquellos que nos han dado esperanza y contribuido a la vez, a confirmar que el género humano todavía es eso, humano.

Están los más personales: mirar más allá de los privilegios y del propio ombligo, hacer esfuerzos por ser (más) tolerantes, ser solidarios con constancia y convencimiento, ser más resilientes, entender que tenemos que cuidarnos y que ello significa cuidar a la gente que amamos, entre una larga lista que seguramente ustedes podrían aumentar.

Muchas personas me han comentado que ─vinculado a lo anterior─ una de las cosas que se podría destacar como “salvavidas” en tiempos pandémicos es que están leyendo más. Sobre ello, leía el otro día que el índice de lectores ha crecido enormemente. Las personas han redescubierto la lectura y otras, recién se están asomando a las tierras ignotas de tantos libros maravillosos que están ahí, que buscan tales orillas para dar calma a sus corazones atribulados.

Las librerías que ya conocíamos han sido los guardianes de la bahía en un mar lleno de nadadores perdidos que no saben a dónde ir o cómo dar brazadas o ya están cansados de hacerlo.  Y con gusto enorme he sido testigo del surgimiento de nuevos libreros: los aventureros que, con los anteriores, forman parte del grupo de héroes en estos largos meses de miedos e incertidumbres.

Les confieso que entre marzo y mayo del año pasado (aunque creo que ya lo dije) fui poseída por un desgano atroz para leer. Fue tan grande mi apatía lectora que entré en trompo y Netflix no me curaba las heridas. Sabía que me afectaba una desmotivación, la reconocía, la tenía identificada, pero no podía hacer nada por remediarla. Hasta que, ingratamente no puedo recordar el título de la novela, arranqué de nuevo con la lectura. He leído varios libros a la fecha, a sugerencia de mi hija y para salvar a la memoria, llevo un archivo donde hago un registro de los títulos lo que voy terminando.

Entonces, mientras leo vivo en una burbuja, protegida del mundo como en el vientre materno, el virus no me invade, mis miedos se alejan y estoy a salvo de todo aquello que me pueda contaminar.

Sigamos nadando, sigamos buscando salvavidas.