Elogio a la locura

 

nightVamos empezando la quinta semana y ya sabemos que seguiremos en esta rutina de vivir “un día a la vez”.

No sé si les pasa, pero hay momentos en los cuales no tengo la más remota idea en qué se me ha pasado el día, ni qué día estoy viviendo. Cuando menos lo espero es la una de la tarde, y al mirar el reloj nuevamente nos dieron las seis y oscurece. Lo más probable es que la jornada se vaya en el teletrabajo, utilizar la pausa del café para meter la ropa a la lavadora, pasar escoba y trapeador, hacer la comida. A pesar de tener la suerte de tener a un par de colaboradores de lujo, no paro.

El lavado de ropa resulta de lo más fácil: van a la lavadora por default las mismas prendas que usamos hace semanas. Polos y shorts oscuros, y ropa interior que casi ya está tiesa de entrar y salir de la fuerza centrífuga de la lavadora. Voy estrenando nuevos peinados mientras que el pelo sigue creciendo -felizmente, porque he descubierto que se me cae por toneladas- y encuentro estrategias para esconder las canas.

Dicen que la rutina es buena, que nos evita caer en la depresión, que organiza mejor la vida, que aleja el estrés, que nos lleva a tomar decisiones saludables y un largo etcétera seguramente. Sin embargo, a veces creo que, por sacudirme un poco de ella, estoy en una zona gris que linda con la locura.

Síntoma 1:

La jardinería, que jamás ha sido lo mío, está haciendo sus estragos. Al salir al balcón y oír a mis amigos voladores reparo más en las macetas y me digo: manos a la obra. No sé si estoy regando mucho mis plantas y las estoy ahogando, o por el contrario, tengo que ser más generosa y darles de beber con mayor frecuencia. En todo caso, arrasé con las flores y hojas secas, armada de una tijera de jardín (tengo que comprar una nueva cuando acabe esto) e hice una poda de aquellas. Las pobres macetas, quedaron como chibolo recién ingresado a la universidad, confío en que se repondrán. No obstante, me comprometí a resucitar tres bonsáis que se habían secado:  les hablo, repito, les hablo. los sumerjo en agua, les corto sus ramitas maltrechas… y están resucitando. Bueno, solo dos, hay uno necio con el que tengo que mantener una conversación en privado. Mis orquídeas no saben nada porque no quiero ser víctima de un ataque de celos.

Síntoma 2:

Estoy teniendo sueños raros desde la primera semana de cuarentena. Mi madre se aparece en varios de ellos, supongo que es porque la tensión y la ansiedad que sufrimos todos me hacen sentirme un poco hija. Porque valgan verdades, tengo mis momentos en los que necesito ser hija nuevamente y que, en su abrazo, ella me diga que todo va a estar bien. De cuando en vez, se aparece mi padre, hermoso él, sonriendo con sus ojos color agua, vestido con su bata de médico, deduzco entonces que mi inconsciente lo convoca porque si estuviera aún en este planeta estaría primero de la fila investigando y dando toda su ayuda pasara lo que pasara. Hasta aquí, lo esperable. Freud la tendría fácil en su interpretación de los sueños y diría: normal y predecible.

Sin embargo, me empecé a preocupar cuando en mis sueños apareció el doctor Huerta: ¡wtf!  O sea, cómo les explico ¿?¡?¡?¡  En la bruma onírica aparece en una pantalla del televisor diciéndome que ya todo ha terminado: podéis ir en paz. Es decir, al día siguiente del ataque de los extraterrestres, un día después de mañana, coronavirus: fuiste para siempre y,  salimos a la calle y todos miramos. ¡¡¡Les juro por mis progenitores ya mentados en el párrafo anterior, así ha sido!!! ¡¡¡Y no me he fumado nada!!! Ni las hojas con las que arrasé.

Que tire la primera piedra al que no le están pasando cosas raras… Aquí los espero, bien parada y medio loca a estas alturas de la vida.

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